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dijous, 10 de juliol del 2008

Un referente moral en el país de la corrupción y el vicio

Mariano Rajoy
Mariano Rajoy todavía no ha pedido perdón a los cuatro policías del caso del ácido bórico. Mariano, como buen católico, sólo implora perdón a su confesor.
El juez Grande-Marlaska ha decidido sentar en el banquillo de los acusados a tres de los mandos militares responsables de la chapuza de las identificaciones de los cadáveres del accidente del Yak-42. Pero Federico Trillo, el ministro bajo cuyo mando estaban los militares acusados, lejos de dar la cara y ofrecer disculpas a los familiares de los fallecidos, sólo implora perdón a su confesor particular, legitimado por la actitud del presidente de su partido.
Es lo fantástico de ser un buen cristiano, que si no te pillan los jueces terrenales sólo tienes que pedirle perdón a tu guía espiritual, que en nombre del juez celestial te impone de penitencia un credo y tres avemarías, y quizá la penitencia de pagar unas cañas con un aperitivo a la salida de la pantomima religiosa.
Ahora me cuentan que Benedicto XVI, el jefe de la secta judaica a la que pertenecen ambos, se va de gira por Australia a pedir perdón, como ya hiciera en su viaje a los EE.UU., por todos los pecados de sus subalternos, sobre todo los pecados de bragueta (¡y mira que tienen bragueta las sotanas, dios suyo!).
Son los únicos pecados que importan a la Iglesia, los de la entrepierna. Los de calumnia y falso testimonio de sus ovejas del PP más queridas se resuelven con una bendición. Prefiere que África muera de sida antes de permitir usar el condón a sus feligreses. Recibe en su palacio, con toda ceremonia, a "cientos de vírgenes consagradas", un vestigio bárbaro de cuando se reservaban las vírgenes para ser sacrificadas a los dioses. Opina sobre la sexualidad de la pareja como si fuese un experto ("el acto del amor que el esposo y la esposa se intercambian como señal de un misterio más grande" dice él, inocentemente, sin que nadie se atreva a contarle al oído que a eso se le llama follar, Santidad Suya).
Si no, que se lo pregunte a su vecino Benito Berlusconi, mujeriego y líder de "un país conocido por su corrupción gubernamental y su vicio", en palabras recientes de la Casa Blanca.