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dimecres, 7 de maig del 2008

Ojo

DESDE LA FRONTERA
Alfons Cervera
ESTA semana la política ha bajado su nivel de indignidad y de cinismo. Se ha ido Eduardo Zaplana fuera de sus límites. Al menos fuera de sus límites de influencia directa. Hace unas semanas decía estar orgulloso de su nueva condición de diputado raso. Diputado raso, decía con esa sonrisa que ha sido la imagen de marca de una manera de hacer política que me parece despreciable. La política al servicio de uno mismo, aprovecharse del poder que la ciudadanía le ha otorgado en las urnas. Eso hizo durante los larguísimos, inacabables años en que se dedicó a amasar dinero y a procurar que sus amigos hicieran lo mismo. Al mismo tiempo mostraba ese odio irrefrenable, tan de su cosecha, hacia quienes no le reían las gracias y criticaban sus caprichos de gobernante sin escrúpulos. Sólo tuvo un objetivo en su vida: vivir a cuerpo de rey sin pegar golpe. Esa fue su máxima: ser como uno de esos personajes que protagonizan las películas de gigolós y que se pasan los noventa minutos que dura la cinta viajando en yates de lujo y de fiesta en fiesta por los almanaques satinados de la alta sociedad.
Era como el Tom Ripley de Patricia Highsmith pero de pacotilla, sin la grandeza estilística de aquel outsider que interpretó magistralmente Alain Delon, un artista al que por cierto hubiera querido parecerse el nuevo delegado de Telefónica en Europa. Surgió en el escenario de la política comprando a una tránsfuga en el ayuntamiento de Benidorm. Escapó a la depuración partidista y a la justicia cuando el caso Naseiro. Se ha escabullido de los chanchullos en que se ha visto implicado. Consiguió la protección de muchas empresas de comunicación. Quiso ser el heredero de Aznar al frente del PP y del gobierno y para conseguirlo barrió de su camino a quien se le puso por delante en su partido y fuera de su partido. El poder fue para él sinónimo de lujo y de riqueza. Por eso cuando se ha visto relegado a la sección más baja de ese poder ha decidido largarse. No se puede pagar la hipoteca de un piso en la Castellana de Madrid con el sueldo de un diputado raso. Aunque uno sea multimillonario -y seguramente él lo es- hay veces en que has estirado tanto el brazo que la manga de la chaqueta te llega sólo hasta el codo. Él ya lo anticipaba en aquella vieja conversación telefónica: necesitaba mucho dinero de la política porque el tren de vida que llevaba se lo exigía. Y lo ganó, ganó mucho dinero con la política. Por eso ahora se ha ido: ser sólo diputado no permite los manejos políticos ni empresariales a los que estaba acostumbrado cuando fue presidente de la Generalitat Valenciana y ministro. Ahora el castillo de naipes se le ha venido abajo. Para él no estar en la cúspide es estar abajo. O eres el que manda o te vas. Porque mandar es poder ganar dinero, tener casas enormes, navegar en yates kilométricos, fletar para irte de farra un avión privado, tener un harén de mujeres colgadas de tus huesos. Se ha ido a Telefónica, una empresa que cuando era un político importante se vio favorecida por alguna de sus decisiones. Ahora seguirá con el tren de vida de antes. De diputado raso hubiera ganado cincuenta mil euros anuales: o no tanto. En la nueva empresa ganará entre unas cosas y otras cerca de dos millones. Nada menos. Ocupará un cargo europeo. No sabe más lengua que el castellano. Pero no necesita más porque él domina como nadie la principal: la del embaucador, la de ese encantador de serpientes, como decía uno de sus amigos del PP. Lo ha nombrado para el cargo el jefe de Telefónica, César Alierta. Y aunqueno creo que le haga falta, aquí va un consejo desinteresado: ojo con Zaplana. El mandamás de Telefónica habrá de ir con cuidado con el nuevo empleado, vigilarlo de cerca: su puesto de máximo responsable en la empresa está en peligro desde este mismo instante. Que no lo pierda de vista, pues. Que no lo pierda.